Introducción

La educación actualmente se enfrenta a desafíos económicos, tecnológicos, sociales y personales sin precedentes. En el siglo XXI, la educación requiere una ineludible inversión en “recursos humanos”.1 Un título universitario ya no es suficiente para garantizar un empleo. Los empleadores exigen los más altos estándares académicos, pero ahora buscan aún más que eso, buscan personas que puedan adaptarse, capaces de ver la posibilidad de formar vínculos, que puedan innovar, comunicarse y trabajar en equipo. Esto es una realidad en muchas áreas de trabajo.

El problema principal del sistema educativo es que es un legado del siglo XVIII, de la era de la Ilustración, y testamento del siglo XIX, que sirvió para satisfacer las necesidades de la revolución industrial, por lo que atiende a los imperativos económicos y culturales de esa época. En otras palabras, la institución escolar no acompaña las necesidades de este siglo, en que los jóvenes están más estimulados que nunca por factores externos, por la tecnología; por lo tanto, es indispensable reconceptualizar la institución escolar de una manera más creativa, para evitar el aburrimiento en la escuela y considerar la naturaleza del aprendizaje, la creatividad, la libertad de elección y la importancia que tienen los vínculos humanos en el desarrollo individual y colectivo.

Si bien es cierto que el sistema educativo ha sido reformado en incontables ocasiones, esas reformas se han basado en un intento por mejorar lo que ya existe, en hacer mejor lo que ya hacíamos, pero en las palabras de Edward de Bono,2 “no es posible hacer un agujero nuevo si seguimos escarbando en el mismo agujero”, es decir, nada va a cambiar si seguimos haciendo lo mismo que siempre hemos hecho, aunque lo hagamos mejor.

Para enfrentar los desafíos actuales se requieren nuevas prioridades en la educación, que incluyan un mayor énfasis en la educación creativa y cultural, así como un nuevo equilibrio en la docencia y el currículum.